Esta pintura…

Immersion - Benjamin Edwards

Llevo días mirando y pensando en esta pintura. La encontré por casualidad mientras buscaba imágenes y arte que me inspiraran para la monografía de filosofía de la imagen que estoy preparando. Ni siquiera es el tipo de arte «rápido» y fácil de digerir al que me tiene acostumbrado la cultura de masas. Aún así al pasar página e ir deslizando la mirada, mis ojos quedaron fijados en ella. No es que mi intención fuera esa, pero me sentía arrastrado como si una fuerza gravitacional que se encontrara ahí, en el punto de fuga, tirara de mí hacia dentro.  Mi pensamiento bien entrenado en esa pretensión de racionalizarlo todo, al principio sólo veía un sinsentido. Formas, objetos, colores, iconos… ¿Iconos? Eso me dice algo. Parece que ya encuentro algo de suelo en el que poner mis pies.

De repente me encontraba en un limbo, sumergido en el cuadro. Creo que Sartre se refiere a esos momentos de concentración intensa con la expresión de ser todo intelecto. En el instante mismo en que tomé conciencia de ello, volvieron a fundirse cuerpo y alma. En la unión las sensaciones se incrementaron. El resultado no fue el de una suma aritmética sino una potencia geométrica. Al mismo tiempo que daba un paso atrás y mi campo de contemplación se ampliaba, la sensación directa con los objetos dentro de la pintura se intensificaba. Y entonces me di cuenta.

Me sentía cómodo y tranquilo. ¿Cómo son posibles  tales sensaciones ante la abrumadora cantidad de objetos? ¿No resulta extrañamente familiar alguno de ellos? Sí, algunos son conocidos y recuerdo su significado en otros contextos. De estos conocidos, unos parecen conservar su significado, en otros ha variado, y otros parecen haberlo perdido por completo. También hay formas desconocidas, que nunca antes había visto. Y aún así, de nuevo, unas parecen tener significado, en otras cambia como si de un semáforo parpadeante se tratase, y otras no tienen significado. Tanto las que conocía como las que no, cobran nuevos significados en función de los otros objetos contiguos a ellos, y del plano general, del contexto global. Qué curioso, como los seres humanos y sus relaciones.  ¿Es que acaso me estoy proyectando sobre la pintura? Sí, pero no sólo eso, además me estoy comunicando con ella. ¿Cuál es el vehículo de la comunicación? El lenguaje. ¿No había hablado de iconos antes? ¿No defiende precisamente el giro icónico que las imágenes son una forma de comunicación, un lenguaje? Claro. Si observando esta pintura me encuentro cómodo y tranquilo, es porque el mundo virtual creado que tan abstracto y roto de significado parece al principio y en parte es, se asemeja al mundo real en el que vivimos. Los iconos nos rodean y se infiltran hasta tal punto en nuestras vidas que parecen algo natural del paisaje. Los hemos interiorizado. Al igual que quien conduce no piensa la acción de pisar el freno o cambiar de marcha en la capa más superficial de su conciencia, nosotros utilizamos continuamente iconos en el mismo nivel. No los pensamos, más bien los ejecutamos. Al leer un texto en una lengua extranjera, los que no somos  duchos en ella necesitamos traducirla, pensarla al tiempo que la leemos. No sucede así con los iconos. Estamos a diario a su merced, y no somos conscientes de ello. Por eso aquí el arte logra en esta obra de Benjamin Edwards lo que Marcuse tan bien expresó: » el arte enfrenta la realidad establecida para determinar qué es real, y lo hace creando un mundo ficticio que no obstante es más real que la realidad misma».